miércoles, 27 de junio de 2007

La superfoto del mes


No necesita comentarios. Es el patio de la facultad. Hemos salido del acto oficial en el Salón de Grados y nos dirigimos a la Cafetería para tomar unas copas.
Una foto sin mucha preparación. El testigo mudo de los que estuvieron.
Aunque yo me despisté (cosa rara) y por poco no salgo. Menos mal que se hicieron varios disparos.
Si falta alguien más, que lo diga, que Photoshop hace milagros.
El sitio elegido no fue el mejor, por los fuertes contrastes, pero esto no es un concurso de fotografía. Como siempre, clic sobre la foto para ampliar.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

A pesar de todo, estamos tod@s guapísimos, parece que los años no han pasado por nosotros.
Un saludo a tod@s.

Eleñe dijo...

Yo pienso que han pasado los años pero como para el vino tinto, han pasado para bien. Y aprovechando que el Pisuerga.... os publico algo que he cogido prestado del blog de un amigo (Victor Pérez Benitez) dedicado al vino tinto y al encuentro:


Pasada la vendimia, y llegados los días en que las bodegas a cogen las cubas destinadas a deleitar paladares, vale la pena recordar una ruta ancestral que empieza en el Sol y termina con una fiesta de los sentidos. La convergencia, en sólo unos segundos, de dos complejidades colosales. Del anhelo de que todo culmine en un feliz ritual lleno de gratificantes complicidades por un sabor que podría obtener un puesto vitalicio en la memoria.


Todo empieza con una fusión termonuclear en el Sol. De ella surge una radiación isótropa que se propaga por el espacio. Algunos de esos fotones viajan directos hacia nosotros e irrumpen en la atmósfera terrestre poco menos de diez minutos después de salir del Sol. Con un poco de suerte, algunos de esos paquetes de luz sortean las nubes en linea recta y aterrizan en un campo donde madura la uva. No todos dan en la planta, pero los que lo hacen transfieren su preciosa dosis de energía a UNA QUÍMICA ANCESTRAL, de miles de millones de años, que involucra a la clorofila. Comienza así uno de los milagros más admirables de ésta parte del Cosmos: la elaboración del vino tinto.
El gesto de acercarse una copa de reserva se puede parecer mucho al gesto de tender la mano a una persona. Si el vino (o la persona) es conocido, la incógnita reside en el cómo estará hoy; si se trata de un primer encuentro, entonces la experiencia se desarrolla más o menos como sigue.

El primer sentido que entra en juego es la vista. El vino primero se mira..., como se mira la expresión de un rostro. Se mueve la copa para que la luz arranque diferentes matices, por reflexión y por refracción. Sólo por esto el resto de los sentidos se despiertan, se interesan, se estimulan y hacen sus primeras predicciones. Antes de que una persona hable por primera vez ya nos imaginamos su voz...Antes de llevarnos la copa a la nariz ya hacemos inevitables apuestas sobre el olor, el tacto, el juego de sabores...Después el vino se huele. Y, con el olor, parte de las predicciones se confirman, pero otras fallan, leve o bruscamente, y entonces surge la sorpresa, una sorpresa esencial que dispara nuevas predicciones sobre, por ejemplo, el tacto, cuando los labios rompen el menisco del borde del líquido para mojarse en él. Primero se asimila la temperatura, luego la aspereza o sedosidad...

La aproximación al vino también también se parece a la disposición para escuchar música. Interesa un delicado desequilibrio entre lo predecible y lo imprevisible. El exceso de lo uno o de lo otro puede dejar el cerebro sin función relevante que cumplir. Si la predicción es trivial se aburre y se ofende. Le puede ocurrir a un melómano con una canción infantil, demasiado tonal y demasiado redundante. Ocurre cuando el primer contacto con un tinto, desenmascara su simplicidad y precipita el primer sorbo directamente en un primer trago, sin matices ni preámbulos. Si la predicción es imposible, entonces el cerebro se sobresalta y se frustra. Le puede ocurrir a un melómano con la música dodecafónica o aleatoria. No hay nada más desagradable y violento que tener toda la percepción dispuesta y afinada para recibir un sabor en la gama de los amargos y verse invadido a traición por un sabor dulce, aunque se trate del mismísimo néctar de los Dioses.

Y aís llega la hora de la verdad, el momento en el que dejamos entrar un sorbo para que se desparrame a sus anchas entre unas papilas, se diría que ne estado prehistérico por la expectación adelantada por los otros cuatro sentidos. Todavía no hemos soltado la mano que estrechamos en la nuestra, todavía miramos la mirada de quien nos mira, todavía suenan las voces de la primera cortesía...y ya empieza la conversación. Con el intercambio de las primeras preguntas y respuestas, salta una confirmación por aquí, algo que corregir por allí, una sorpresa, una decepción... En un primer sorbo de vino convergen, por fin, dos complejidades colosales nacidas quizás en un mismo lejano día: la una con un rayo de Sol en pos del planeta Tierra, la otra con un frenético espermatozoide en pos de un óvulo maduro. La colisión improbable de éstos dos milagros resulta en un milagro aún más milagroso. Es entoces cuando ocurre la explosión en cadena. El universo físico del vino entra en deflagración simultánea con el universo fisiológico de todos los sentidos a la vez, el resultado de ésta deflagración con el universo psicológico y el resultado de ésta en deflagración con toda la cultura acumulada hasta entonces y con la capacidad de investigación de quien sostiene la copa, o de quienes se estrechan la mano. Así es como algunos primero sorbos se ganan un puesto vitalicio en la memoria.


Autor Jorge Wagensberg, físico y director del Museo de la Ciencia de la Caixa en Barcelona, lo publicó en BABELIA el sábado 9 de noviembre de 2002.

Próximamente Juan Santamarina nos hablará de su vino, bueno y algún día a prometido que nos lo dará a catar.

Saludos